Trelles, Diego, La procesión infinita. Anagrama, Barcelona 2017
Reseña
SABROSÓN N°0
Sabrosón
12/1/2023

...Y París, la cuna occidental de los escritores latinoamericanos por la voluntad de los pueblos, se fue a la mierda (1)
La primera novela de la trilogía de Trelles, Bioy (ed. Destino, 2012), ya no se consigue así nomás en librerías. Por ahí aparece de vez en cuando en algún sitio web de revendedores, aunque los editores de Sabrosón han constatado que sale más barato sacar cinco g de la verídica coca peruana en Neuilly-Sur-Seine que mandarse a traer el libro del limeño a París. Si la ves en algún anaquel, amárrate bien las zapatillas. Te paga un año de la suscripción a Mubi y eso que Bioy sí la vas a terminar sin dormirte.
Por suerte, son los de Anagrama quienes distribuyen La procesión infinita (2017), y esos tienen mejor servicio que tu dealer. Aunque forme parte de la misma “trilogía de la violencia política en el Perú” (Trelles dixit), uno se ubica tanto o más fácil que si agarrara Shrek 2 ya comenzada. Así lo hicimos nosotros antes de remover cielo y tierra para encontrar Bioy, y entendimos toditito. Y eso que hay que ser un poco baboso para editar un fanzine en 2023, ¿no?
La procesión… confronta ese lugar de mierda que fue el Perú (pregúntale a cualquier peruano) durante la guerra interna que se vivió en el quinquenio de Alan “Pistolitas” García (1985-90) y la década del séptimo presidente más corrupto del mundo (ese dato te lo tira Transparencia Internacional), Alberto “Conchasumare” Fujimori (1990-00). Antes de que te abrumes: no, no es un tratado de historia, un artículo dominguero de Vargas Llosa ni el informe de la CVR. Penetramos en ese mundo a través del Chato, una especie de alter-ego de nuestro escritor de modesta estatura que también vive en el París del siglo 21, y su amigo Francisco, un coquero con plata que vive en la Lima del milagro peruano, y cuyo apodo no podemos mencionar porque luego nos chanca el Chato (el de verdad) por el spoiler.
La procesión… es, pues, la historia de la transformación del Perú y los peruanos de cara al mencionado milagro, al crecimiento anual sin faltas del PIB y al “digamos mejor que aquí no pasó nada” del país que salió de la guerra. En una línea del Ken Porno (un personaje tan llorón como entretenido):
Cisneros está estudiando sociología, fue uno de los líderes de las marchas contra Fujimori. Dale tres o cinco años más y no tengo ninguna duda de lo que pasará. Tiene todo el molde del estudiante progresista que consigue un buen trabajo y manda todo a la mierda. Con suerte, terminará de liberal. Sin suerte, se volverá secretamente facho. (p. 137).
No es sólo eso, claro, hay más. A Trelles (y a nosotros) le gusta la cochinada. Ahora sabemos que eso se lo recomendó Pochito Tenebroso:
Has venido a escribir, ¿no? (...) Mira, manya, sapea, computa, pa-la-dea. Latéate la ville con la mitra hacia abajo, checa las veredas, los portales, los callejones, las rendijas de aire tibio donde se mueren los miserables, mira y verás como todo está plagado de mendigos aquí, hay hasta familias enteras durmiendo en las rues y París ya parece Pueblo Joven, causa, como si estuviéramos en guerra conchasumare… (p. 37).
La novela tiene crimen, sexo, drogas, chelas en el Sully y toda la diversión que te ofrecen las series de Netflix pero que al final no te dan. Digamos que La procesión… rezuma esas pasiones recurrentes de la bibliografía del autor peruano: policiales, cine y metaliteratura. Todo eso macerado en un dominio de la oralidad y en la fragmentación del tiempo vivido. Herencia, sin duda, de ese viejo que escribió una novela con título que hace pensar en una cháchara de iglesia y al que Pochito recomienda torcerle el cuello para llegar a ser un real.
(1) Trelles, Diego. 2017. La procesión infinita. Barcelona: Anagrama, p. 36.S