Fragmento de un poemario acallado: lo que dice el tiempo callado de la clave

Poesía

SABROSÓN N°1

Federico Calle Jordá

11/28/2024

Dice entonces que entre los lirios dejó dormido a su cuidado. Levanta valles para dejar cesada a su desazón, y se va pasando por las cimas, trazando por segmentos su distancia.

Dice también, – o más bien, a veces – que aún logra pretender que la lleva en su pecho ya florido: prendedor de tiempo perdido entre. Y sin embargo, hace una proa, rompe las olas que absorben, en su propia falta, su intento.

Dice que siente casi que les da de lleno, que le ahuecan el torso, que la atraviesan sin que ella sienta la mínima sospecha. Así la extensión en la que deja se pierde en formas de otras cosas, y ahí descuida las semanas, las abrevia y las abre a otras duraciones posibles en cascadas, deshechas, por linderos, por claros, por brechas yacientes por donde el año, los meses, los siglos, la esperanza, la búsqueda, la tarde, todo levantado en desasosiegos, y después derramado.

En el espacio que queda entre la capa y la carga, entre el velo y el contacto, aparecen como gracias, como destinos a los que les faltaría el comienzo, llenos de fórmulas benditas dentro de los tejidos que maldicen, cuando en algún lado los tiempos se despliegan y rompen en brumas su transcurrir. Una glosa del tiempo, un escolio que en dorados abre un espacio, la línea de sangre que traza el círculo para que lo atraviese su falta, su encallar, su hora, su buena hora, su desprecio. Tal vez lo que dice es la síncopa.

El tiempo que le falta al son de las campanas, la sorda tensión que contiene entonces, en un silencio, en una distensión, los tres sonidos que conformarían, si estuviesen llenos, el baile del blanco. En ese suspiro, bajo ese paso que la clave deja, hundido, diciendo allí todas las cosas que dice que dice.

Dice que el pozo se desborda, que la crisis nunca es un hueco, que el encuentro y la conquista no cesan de surgir volviéndose germen, fuente, ahí donde la danza sobrepasa como un puente (o más bien como un fuego artificial, obligado por su centellear a terminarse en caídas por la noche). Un torrente que llenaría a las veladas si todos los rones o todos los atardeceres pudiesen ser bebidos en un solo sordo, en una sola sonrisa de ancestro muerto que legase su oro, así como el centro vacuo le lega a las trayectorias de los planetas el brillo de un astro oscuro y desaparecido que finge parcialmente ser un sol aun cuando el hoyo lo horada.

El altar levantado por los dorados para poder decir al fin que ya no se cree en nada, y que el miedo tiembla en la piel. […]

Federico Calle Jordá