El ombligo, el sur y Raffaella Carrà
Ensayo
SABROSÓN N°1
Angela Chiaro
11/28/2024

Yo cantaba con la cabeza, el cabello, la libertad del cuerpo… El rock, que para mí es más filosofía que música, está en mi cuerpo, aunque cante cosas más sencillas, menos duras, Lo importante es la fuerza.
Raffaella Carrà para la revista Rolling Stones
Nosotras, italianas, recordamos a Raffaella como la octava maravilla del mundo, la embajadora ante la ONU que habríamos querido tener, la mamá que sabía consolarnos cuando sufríamos por el cabrón que nos había jodido la noche, mahatma Carrà, la heroína de dos mundos que convenció a todos de que en el sur se goza más.
Boloñesa, generación del 43, Raffaella Maria Roberta Pelloni, de nombre artístico Raffaella Carrà, ofreció al gran público, en respuesta al falo dominante de una Italia ultracatólica y patriarcal, su ombligo. Era el inicio de los años 70, en la televisión nacional estaba de moda Canzonissima, programa fundado cuando Elvis Presley y el rock and roll reinaban en el mundo, entre tanto, en Italia, la Democracia Cristiana (DC) obtenía la mayoría de los votos en el parlamento, mientras el humo blanco anunciaba la elección de su santidad el papa Juan XXIII.
En la noche del debut del espectáculo de 1970, Raffaella se exhibió cantando Ma che musica maestro. Al día siguiente, la prensa debía ajustar cuentas con su ombligo “a la boloñesa”, semejante a un tortellino, como a Rafaella le gustaba definirlo. De ahí le viene el título de “ombligo de Italia”.
En el resto de Europa, las hermanas Kessler ya habían hecho lo mismo, desatando menos escándalo; quizás porque en otros lados se sentían más listos a aceptar que, a diferencia de Eva, nosotras sí teníamos ombligo. Cualesquiera que fueran las razones de tanto pudor sacro-macho-patriarcal, ¡al fin teníamos nosotras también nuestro Piccadilly Circus!
Sobre el escenario, Raffaella hacía de todo: bailaba, inventaba coreografías, bromeaba con el público y hasta daba vida a Maga Maghella, su alter ego pensado para hablar con los más pequeños prediciendo el futuro en rima. En una entrevista con El País, Raffaella declaró al respecto:
Nunca me he sentido una cantante pura, siempre he sido una actriz que cantaba. Sé perfectamente que no soy Dionne Warwick ni Barbra Streisand. El baile y la palabra son lo mío; el canto es solo un aderezo. Pero como vendimos tantos discos, no hacía otra cosa que entrar en el estudio y grabé más de 20 álbumes. Fue una sorpresa. Yo no cantaba desde niña. Tengo una prima con una voz estupenda a la que sus padres no permitieron estudiar canto y, sin embargo, yo me he convertido en cantante. La vida es rara.
Siempre en Canzonissima, Raffaella se exhibió en un nuevo baile “llegado de las Antillas” que aún hoy “nos gusta tanto, tanto, ¡ah!”. Lo llamó Tuca-Tuca, y lo había inventado ella para ayudarnos a decir, con sus palabras, lo que nos gusta: que toques rodilla y rodilla, cadera y cadera, hombro y hombro, la frente, y que después me mires, abras los brazos y sonrías. Luego de una primera censura de la RAI y del periódico eclesiástico L’Osservatore Romano, el cual definía a Carrà como “demasiado provocadora”, el baile lo aprendió todo el mundo en Italia, o casi. Hoy quedan todavía excluidos los norteños habitantes del Valle de Aosta, que no saben si prefieren reivindicar la independencia o decirse parte del gran reino de Chamonix, así como las provincias autónomas de Trento y Bolzano, donde la inmigración meridional entre los años ’50 y ’70 no alcanzó el mismo pico histórico que en otras ciudades al norte de la línea ecuatorial-Carrà, como Milán (Torino se salva porque está 0.3° al sur de Trieste) [1].
Después de tres años de Tuca-Tuca, gracias a los cuales hasta mi abuela aprendió a decir “me gustas” y “te quiero” sin sonrojarse, Raffaella nos regaló otro manifiesto de autodeterminación del cuerpo femenino que seguirá válido para siempre, por los siglos de los siglos, amén: “empieza a hacer el amor” [2]. Y cuando nosotras comenzamos a hacer el amor, si él te lleva a una cama vacía “el vacío dáselo de vuelta a él / hazle entender que no es un juego / hazle entender qué es lo que quieres” [3]. En una Italia que consideraba a las mujeres como objetos de los que disponer como un bien inmobiliario, en un país donde la violación era jurídicamente un crimen contra la moral y no contra la persona, Raffaella nos propuso la imagen de una mujer sujeto-deseante capaz de hacer y de hacer entender lo que quiere, pero, sobre todo, capaz de hacer el amor cuando, como y donde quiere. Que Raffaella nos estuviese invitando al sexo libre, se confirma en “Pedro, Pedro, Pe, prácticamente el mejor de Santa Fe”. En esa época, Raffaella se paseaba por América Latina, protagonizó una película en Argentina y, si le creemos, no le hizo falta recorrer la ciudad para que sus amantes “le hicieran ver las estrellas”.
1978. Italia asiste al papado más breve de la historia con Juan Pablo I, obispo de Roma por solo 33 días, número perfecto. A éste le sucede Karol Wojtyla, mientras el poder temporal todavía está en las manos de la Democracia Cristiana. Ese mismo año, las Brigadas Rojas secuestran y matan al primer ministro Aldo Moro.
En este clima político, a caballo entre la lucha armada y la brujería democristiana, en el que la canción italiana políticamente comprometida nos envenenaba la existencia con Guccini, y las estaciones de radio nos daban ganas de llorar por el hámster muerto en la primaria, Raffaella lanzó uno de sus éxitos más famosos: Tanti auguri (Hay que venir al sur). Desafiando a la vez cualquier posible censura y todo lirismo púdico al estilo de Riccardo Cocciante, Raffaella canta que su “corazón de vagabundo” ha llegado a una verdad incontrovertible: “perdida la inocencia, en el sur se pasa mejor”. Y ¿quiénes somos nosotros para contradecirla? Peor aún, hoy Italia mira todavía con recelo la autodeterminación de los cuerpos, la sexualidad y el género, pero hace más de cuarenta años Raffaella cantaba que “lo importante es que lo hagas con quien quieras tú”. Satisfechas, bien pagadas, orgullosamente maricas, inconformistas, libres para amar “cada vez más” porque “sin amantes, esta vida es infernal”.
A nosotras nos gusta Raffaella porque con su música consiguió llamar la atención sobre nuestros deseos de cuerpos en movimiento, cuerpos-llenos-de-órganos cansados y hambreados por la respetabilidad hipócrita, el pudor, la moral cristiana, la miseria de la pequeña burguesía, y de la trilogía Dios-Padre-Familia. En un país que hasta 1970 había intentado oponerse a la introducción legal del divorcio, Raffaella nos recuerda a todos que, cuando nos dejan, no vale la pena hacerse rollos porque podemos buscarnos uno más bueno y nos volvemos a enamorar. Nos gusta Raffaella porque con su ombligo ha trasladado el epicentro del mundo un poco más al sur. Y nosotras lo reivindicamos todo, el ombligo y el sur.
Angela Chiaro
(Traducido del italiano por Rodrigo Yllaric)
[1] La versión italiana de “Hay que venir al sur” sostiene que el amor se hace mejor a partir Trieste (ciudad septentrional vecina de Venecia) hacia el sur. En la misma canción, los hispanohablantes no tienen una referencia exacta de dónde comienza el sur, mientras que, para los italianos la oposición sur-norte de Italia tiene una fuerte connotación política. En la narrativa mainstream, el sur representa un lugar de subdesarrollo, abandono, indolencia e incapacidad de ganarse la vida; mientras que el norte es el sitio de la producción industrial, el poder económico y la civilización. La canción de Raffaella, por lo tanto, es una inversión de la relación de poder. Hoy, esto podría proyectarse a la oposición entre norte y sur globales.
[2] Traducción literal de a far l’amore comincia tu. La versión castellana de la misma canción dice “en el amor todo es empezar”. [N. del. T.].
[3] Otra traducción literal. En italiano dice se lui ti porta su un letto vuoto / il vuoto daglielo indietro a lui / fagli capire che non è un gioco / fagli capire quello che vuoi, mientras que en castellano dice “Si él te lleva a un sitio oscuro / Que no te asuste la oscuridad / Pues casi nunca se está seguro / Si es por amor o por algo más” [N. del. T.].