Dos mil seis, siete, ocho

Relato

SABROSÓN N°1

Marco Huarancca

11/28/2024

Ignacio ve a Sam en la esquina del jardín, se acerca y distingue los pliegues disimulados que han aparecido en el rostro de ese viejo amigo. El sol pone en evidencia los defectos de la edad, unos más que otros y hay tantos rostros alrededor que Ignacio tiene dificultades para recordar algunos nombres. Ambos amigos se saludan de la mano, sonrientes, e Ignacio siente una mano rugosa, imagina palparle la cara a Sam, sentir sus crestas, ve así desfilar los años. No se han saludado con un beso en cada mejilla e Ignacio no entiende por qué ha optado por ese reflejo, quizá es la sorpresa de ver a su amigo envejecido, o de ver a todos los invitados en trajes refinados, algunos cargando niños. No son los estudiantes de hace quince años. El pastel llega e Ignacio cuenta discretamente las velas en él, deduce que todos los invitados tienen edades cercanas. Él tampoco es el mismo, piensa, y la idea le parece evidente y hasta ridícula.

Hoy es el cumpleaños de Charles, quien también festeja la compra de su nueva casa de campo, lugar donde todos se encuentran ahora. Han pasado más de siete años sin que Ignacio tenga muchas noticias de Charles, solo ha estado al tanto de una que otra habladuría acerca de su divorcio, de las publicaciones en Instagram de sus últimos viajes, también se lo ha cruzado en las aplicaciones de citas. El físico de Charles se mantiene casi igual, no como Sam, a quien la risa parece dibujarsele más allá de sus dientes, sus mejillas se fruncen y aparecen extensiones de piel sobre los bordes de sus ojos. Cuando Sam recoge sus largos cabellos deja entrever la luminosidad grisácea que han ganado y, al contrario, los de Ignacio se han caído definitivamente, ampliando una frente infértil, solemne. Hay algo en común entre Sam e Ignacio, una nueva corpulencia. Las camisas no les tallan los hombros como antes, ellas bailan ocultando excesos de pecho o sobre masas de vientre.

- ¿Cómo va la banda? ¿Sigues tocando con los Violet? -pregunta Ignacio, recordando los ensayos de Sam en el piso que compartieron hace muchos años.

- Sí, tenemos una gira el próximo mes y este verano tocaremos en un festival. ¿Cómo va la escritura?

Sam responde airoso, con más seguridad, ya no parece desalentado como aquella vez, cuando pensó poner fin a su banda de rock, mientras Ignacio lo animaba a seguir.

En cada encuentro ha sido igual, cómo va la banda, cómo van tus escritos, lo bueno es que cada uno parece avanzar en lo suyo, Ignacio mucho más lento.

- No he publicado nada nuevo en años, solo los pequeños microrrelatos en inglés que me ayudaste a traducir, nada más. ¡Ah! Tengo una novela, pero nadie quiere publicarla -. Ignacio aclara con la voz cortada por falsas sonrisas, quiere ocultar su decepción. La escritura al final se ha vuelto solo un pasatiempo, no resultó como él lo había deseado en su juventud.

De todo el grupo de amigos, Ignacio y Sam son los únicos que pretenden tener una carrera y un oficio paralelo. Hubieran podido hacer como Charles y trabajar en un banco de inversiones, o como Lucie que acababa de ser promovida a directora en una empresa de comunicación; varios de los presentes han tenido solo carreras, ascender y ascender en una jerarquía, cueste lo que cueste. Pero no, Ignacio trabaja en la industria química con horarios regulares, eso le permite escribir por las noches; Sam trabaja coordinando proyectos de transporte urbano y encuentra el tiempo para ensayar con su banda. Quizás por eso no se les ve muy seguido. “Estás casi desaparecido”, le han dicho a Ignacio muchas veces durante la fiesta. “¡Genio! Te vemos en stories por Instagram con tu banda”, felicitan a Sam mientras van a servirle un trago.

Después del cómo va esto y aquello, Sam e Ignacio van a buscar un lugar donde conversar tranquilamente. Los amigos y otros conocidos alrededor solo hablan de viajes, de inversiones, de los niños. Ya no se habla de las vivencias, de las dificultades, de la nostalgia, o de los amantes. Sam e Ignacio tienen incluso más temas de conversación, la ciudad natal, los padres, los vecinos que tuvieron al vivir juntos, el confinamiento, los bares y parques a los que fueron alguna vez… ¿Qué habrá pasado con las personas y lugares donde ambos coincidieron? ¿Seguirán tocando las mismas canciones? ¿El barman querido los reconocerá y sacará la botella de la casa para invitarles dos shots? La plática de ambos consiste en repasar las calles y muelles de la ciudad donde vivieron juntos, París, ciudad en la que, a pesar de la década que han pasado ahí, la gente los sigue escuchando como un par de extranjeros. Sam e Ignacio no han nacido ahí.

Sam nació en Oxford, ahí creció y luego estudió en la prestigiosa universidad del mismo nombre. Ignacio hizo algo parecido dentro de su ciudad, nunca salió de ahí hasta encontrar la oportunidad de irse a Francia. Ambos llegaron a París para terminar los estudios y más adelante se instalaron en esa ciudad, fue ahí donde se conocieron, en una fiesta en el apartamento donde Sam vivía con otros dos chicos. El apartamento era céntrico, grande, con un balcón magnifico que daba al frente de un monumento. En aquella fiesta Ignacio escuchó que uno de los chicos del apartamento estaba por dejar su cuarto, aprovechó el momento para presentarse e ingeniárselas para así tomar su lugar. Un mes después, Ignacio estaba mudándose al apartamento donde vivían dos casi desconocidos; solo se los había cruzado en borracheras, otras veces drogado, sin tener recuerdos claros, pero guiado por los comentarios de los buenos amigos en común. Algunos de ellos se encuentran ahora en la fiesta de Charles.

- ¿Estás saliendo con alguien? - pregunta Ignacio, para confirmar los rumores.

- Lo estuve, pero no funcionó. Me parece que es mejor estar soltero.

- Yo no lo estoy, pero se ha vuelto una rutina. Lo veo solo por las noches, cenamos sin decirnos nada frente a la tele, él mira una serie, yo me pongo a leer o hacer los platos. Compartimos la cama solo para dormir y tiene ciertas ventajas, los días se pasan mucho más rápido.

- ¿Y te gusta eso, que el tiempo no cuente, quiero decir, que el tiempo pase más rápido?

- No lo he pensado.

- Eso a mí me aterra - responde Sam con una media sonrisa, de disgusto, y acerca su silla a Ignacio.

Va anocheciendo y la gente comienza a entrar en la sala principal, el jardín donde todos estaban se va quedando con copas vacías y desperdicios en el césped recién cortado. Dentro de la sala hay una guitarra colgada en la pared. “No está afinada, se ve que solo está de adorno”, le dice Sam a Ignacio y este ríe. Ambos entran y se ponen en un rincón con dos copas de champán, encuentran todo muy cuidado, caro, al chocar las copas creen escuchar el ruido del cristal. Charles hará un anuncio, algo que todos los asistentes ya saben. Él ha pedido un año sabático y hará un viaje por varios países de América Latina. Ignacio aplaude lentamente. “¿Otro más que hará lo mismo?”, le dice a Sam. “Se ha vuelto una moda”, responde.

Un conocido se les acerca para saludar, pasa unos minutos con ellos y se va, luego viene otro, después otra, lo mismo, se van mientras el champán parece nunca terminarse. La música es más amena, la gente empieza a moverse y derrama uno que otro chorro en el parqué bien lustrado. Sam comienza a simular el silbido de la canción que va pasando, pues ella comienza así, con un silbido de los años dos mil, y tararea las primeras líneas de la canción.

If I told you things I did before
Told you how I used to be
Would you go along with someone like me?

Ignacio asume que Sam lo invita a bailar, se le acerca con un aire mareado, él conoce su juego de seducción y le sigue la corriente, pero ¿cómo bailar una canción así? Sólo imita el vaivén de los hombros de Sam y las letras que también recuerda. Esa canción quizás sonó en todas partes, le recuerda un poco su adolescencia en su país natal, las primeras fiestas, las primeras salidas ocultas. Hay dos voces que la cantan e Ignacio responde con la segunda voz.

I did before and had my share
It didn't lead nowhere
I would go along with someone like you

Saben que van ebrios, saltan un poco recordando el año dos mil seis, siete, ocho, sus cuerpos ágiles con alcohol barato en la mano, sin tener idea de verse algún día en esa fiesta, dentro de una inmensa casa de campo francesa. La canción termina y van a sentarse en el sofá, bastante pegados uno del otro. Ignacio acuesta su cabeza en el brazo de Sam y se quedan recostados, duda en tomarle la mano otra vez. Piensa en los cálidos momentos con él, cuando Sam componía música a su lado y mientras él escribía, extraña sus abrazos de ebriedad, fumar hasta quedarse quietos en la misma cama, cocinar con él y hablar, sobre todo eso, contarse anécdotas y sus aspiraciones personales. Cuando Ignacio le confesó estar enamorado, Sam no supo qué responder, nunca lo hizo, solo lo abrazó sin decirle nada. Ambos aún vivían en el mismo apartamento y, dos semanas después de la declaración de amor, Sam había pasado la noche con alguien en su cama. Ignacio los escuchó detrás de la pared común que separaba sus cuartos.

Sam parece dormido e Ignacio sigue recostado en él. Lo observa y roza delicadamente los pliegues de su rostro envejecido, los admira con cautela, lo ve más atractivo. Sam despierta. No espera nada de él, solo sonríe y encuentra un viejo placer, apreciar la mirada mansa de su amigo.

Marco Huarancca