Carnet de extranjería

Relato

SABROSÓN N°0

Natalia Armenia

12/1/2023

Me prepara mal el aeropuerto ante el vuelo intercontinental. El Boeing 777-200ER de Air France me lleva de mi casa en Alexandre Parodi a la de mis padres en Angela Podestá ahora en tan solo once horas, pero en once horas no se hace el switch mental de pasar de una capital europea a una tercermundista. Ninguna parte de mí se despega tan rápido. Llevo a las dos continuamente conmigo. Estoy maldecida por tener un tercer hogar también ahora, lugar al que no he vuelto desde mi destierro.

Existió un hombre (1) que llevaba tiempo coleccionando imanes, y de vez en cuando en sus escapadas al Mediterráneo, llevaba su detector de metales para intentar excavar tesoros bajo la arena. Tenía tres dientes de acero, cuarenta y tres años, y su sueño más grande era morir.

Con los imanes de mi cuerpo yo busco ser atraída por una fuerza natural hasta mi origen. El origen de nadie está en una sola tierra, sino en las arenas movedizas de la globalización contemporánea. La electricidad, las millas que me separan de la tierra armenia donde nacieron Mandiros y Vartik Vaman - los padres del padre de mi madre - se encuentran ahora más lejos debido al cambio climático que hace que los océanos distancien más a las tierras unas de otras. Harput era la tierra de los armenios en Turquía, pero se vieron obligados a dejarla para escapar de un genocidio del cual solo aprendí en los manuales de historia en una adolescencia tardía.

Where are you really from?

Para mí hablar en un solo idioma es traducirme.

De tanto tomar el avión mi huella de carbono preferiría ya que me transformase en pájaro.

Creo que dejar de viajar es estar dispuesto a acoger a la muerte.

Todos los hombres buscan huir.

El piloto es el arquitecto de mi vida.

El aeroplano en el aire es un no-espacio.

Yo soy bilingüe porque el mundo me hizo así. También soy ambidiestra, e igual de calculada que impulsiva. Cuando mi madre me lee, me informa que mi castellano se está deteriorando, que invento palabras o que las tomo prestadas del francés, pero ¿con qué derecho? Todo ser bilingüe o que aprende el inglés para usos profesionales puede garantizar que nuestras personalidades no son las mismas de una lengua a otra. Soy tímida y muy coqueta en francés pero en inglés, mi lengua de trabajo, nunca logré hechizar a nadie. En castellano mis chistes reciben mejor acogida. Sé encantar, sé enseñar y sé entretener pero mi curriculum vitae presenta distintas cualidades según el idioma en el que está redactado. Ser bilingüe es cantar dos himnos nacionales en el colegio y esperar que cuando se icen las banderas, una de ellas esté un poquito más arriba que la otra - esta será tu identidad más influyente el día de hoy. Ser bilingüe es tener a un padre de un lugar, una madre del otro, y tú no ser de ninguno de ellos. No todo ser bicultural es bilingüe así como no todo ser bilingüe pertenece a dos países distintos. En mi caso, la geografía y la lingüística se presentaron como obstáculos ante la búsqueda de mi verdadera identidad. Ser bilingüe es tener un idioma con tu padre y otro con tu madre, pero el mismo idioma mezclado con tus hermanos. Es pertenecer a dos códigos postales, es tener privilegio en el aeropuerto. Cuando soy francesa, los aeropuertos españoles no me ven como una amenaza para su tierra, para Europa solo soy peruana cuando aterrizo en el Jorge Chávez.

Siempre me voy.

Siempre me iré.

He firmado contrato de alquiler diez veces. Cumplí la mayoría de edad en la casa de mis padres y me costaría creer que otro lugar en el mundo podrá retenerme por tanto tiempo por una razón otra que la ley.

Los medios de transporte más allá de desplazarnos nos vuelven uno por la duración del trayecto. Me obligan a ser testigo de vidas que no se hubiesen cruzado con la mía si el tren hubiese partido a las 17:22. Si alguien en mi vagón sufre, entonces sufro yo también. Tengo la obligación moral del billet de train de que en caso de peligro mortal deba socorrer a mi vecino de fila. Le debo mi vida entera a un extraño. Si sufre de un aneurisma me toca a mí abrir su billetera, reconocer su nombre y darlo por agonizante, tocarle el pulso, coger el teléfono y acudir a su último contacto o aquel que lleve un emoticón atencionado, abrirle los ojos con las yemas de los dedos, avivar el rostro con la palma de la mano para tratar de resucitarlo y rendirme cuando ni la controleuse du train pueda hacerlo reaccionar. Les pompiers l’ont emmené. Tenía solo una meta y era mantenerlo con vida hasta su destino. La última vez que volví a París, en mi vuelo de once horas me acompañó, fruto del azar, en el 27B una criatura que había nacido bajo la misma estrella que yo, hablamos las once horas, y resultó que vive en el 17ème arrondissement y yo en el 10ème, y cada vez que nos vemos - digamos una vez cada cien días - pasamos de nuevo once horas juntos para reproducir la idea de que la muerte del otro mientras el avión volaba estaba solo en nuestras manos.

He escrito mucho al viajar por miedo al olvido.

Será para no perder el valor del tren o del hospedaje, para que un recuerdo se vuelva tangible. Poseo alrededor de treinta y tres libretas y la ciudad sobre la cual más escribí fue Barcelona. El agua de caño es imbebible ahí pero en mi caño parisino se llenan todas las botellas de la Rive Droite. En Ciudad del Cabo teníamos duchas cronometradas de 90 segundos. En el Perú, todavía confío en Sedapal.

Siempre me voy.

Me voy

pero nunca vuelvo.

El canto que se alza de la punta de los pies de mi garganta es un canto que busca ser grabado en todos los lugares en los que he comprado postales para decorar los muros de mi sala sin importar el país en el que nos encontremos.

la gente se ríe de distintas maneras en distintos idiomas

viajo

para no volver

siempre me voy

En el viaje busco reproducir el parto de mi madre al cual no pude asistir. Busco reproducir el instante entre una vida y otra, dos maneras de respirar distintas, eso siento cuando me alejo de la ciudad para ir al campo y parece crecer un tercer pulmón en mi caja torácica donde contaminándose por los cigarrillos parisinos, pareciese que entre los dos formasen apenas uno. Volví a nacer a los 23 años en Johannesburgo el día de la víspera de Navidad. Sentí por fin eso que se asemeja a la muda de piel del reptil que mucha gente siente al perder a alguien o al probar ayahuasca, la sentí al pisar la tierra de mi familia exiliada a unas 15 horas de la punta más sur del Africa, Cape Agulhas, donde se reencuentran el océano Atlántico y el Índico, pero el único océano que me tocó en ese instante fue mi Pacífico, abrazándome, los cuerpos de mis padres vestidos de olas para asistir a mi segundo nacimiento.

Mi madre nació del viaje de mi abuelo, nacido en Marsella y destinado a morir en Lima. Yo habiendo nacido en Lima, ¿será que el espacio reservado para mi abuelo en el cementerio mediterraneo ahora me esté esperando a mí? Viajo a la ciudad de mi abuelo una vez al año para poder sentir una parte del él vivir dentro de mí. Viajo para volver al pasado ajeno. Conservamos un papel con su dirección escrita por sus manos. La primera vez que mi abuela fue a Francia, fue directamente a las coordenadas desde donde mon grand-père le enviaba cartas solo para descubrir que aquella casa había sido reconstruida y que la calle ya no se llamaba igual. Cambiar el nombre de algo de alguna manera también es volver a nacer.

Pero sin fe y sin rumbo fui a la dirección que me proporcionaba el teléfono, cuya última llamada fue la de mi hermano quien propuso encontrarnos en Yerevan en algunos meses. Todo lo que mi abuelo había escrito sí tenía un origen: 2 Boulevard de Casablanca 13015.

Existía aquel lugar.

Abro los brazos con los que cogeré a mis propios hijos en tan solo una década en una playa a una hora de Marseille.

Ainsi,
un viaje empieza de nuevo.

Natalia Armenia
Marseille 2022

(1) Mon grand-père imaginaire